domingo, 8 de abril de 2012

SINCRONICIDAD (Fragmento del libro de F. David Peat)

Sincronicidad



Consideremos la siguiente cadena de circunstancias. Una joven está de visita con unos amigos cuando, de repente, todos los que están en la casa notan el olor de una vela apagada. A pesar de una búsqueda minuciosa por todas las habitaciones, no se encuentra el origen de este olor y es seguro que no se ha encendido ninguna vela en la casa ese día. Todos se encuentran especialmente perplejos por el suceso y especulan sobre lo que puede significar. Más tarde, esa misma noche, la mujer recibe una llamada telefónica transatlántica que le notifica que su padre, inesperadamente, está a punto de someterse a una operación. Pocas semanas después, muere su padre y ella vuelve a la casa paterna. La mañana del funeral, la joven ve como un gran cuadro, que sus padres habían recibido como regalo de boda, cae de su sitio en la pared. Es claramente absurdo que tales sucesos puedan tener alguna importancia dentro de un universo mecanicista, porque todo lo que sucede en dicho mundo ocurre como respuesta a fuerzas conocidas, actuando según las leyes deterministas que se desarrollan en un tiempo lineal y que son insensibles a los asuntos humanos. Los sucesos casuales solamente producen patrones que son fortuitos, y ver significados en dichos patrones es tan inútil como buscar mensajes en esa interferencia llamada «nieve» que a veces aparece en una pantalla de televisión. Creer que determinados sucesos casuales sean una manifestación de algún patrón fundamental de la naturaleza, o que sean el resultado de un «principio conector acausal», sería un puro disparate. Pero ¿cómo se pueden explicar los sucesos de la vela apagada y el cuadro caído, ya que fueron presenciados por varias personas? Es como si la joven se hubiese convertido en un nexo en el que fluyesen sucesos del mundo externo, pasados y futuros, y del que emergiesen los fenómenos sincrónicos. La enfermedad de su padre y su muerte final, la reacción afligida de su familia y sus propios sentimientos parecen haberse envuelto dentro de ella y emergido con el fenómeno de la vela apagada -antes de que recibiese la llamada telefónica-.



Los sucesos que ocurrieron en aquella habitación, centrándose en el fenómeno de una vela apagada, representan en el microcosmos el desarrollo del drama de la muerte del padre y el regreso de la joven a casa de sus padres. Uno de los ejemplos «clásicos» de la sincronicidad, relatado por el mismo Carl Jung, trata de una crisis que ocurrió durante la psicoterapia. La paciente de Jung era una mujer cuyo planteamiento sumamente racional de la vida dificultaba cualquier forma de tratamiento. En una ocasión, la mujer relató un sueño en que apareció un escarabajo dorado. Jung sabía que dicho escarabajo tenía gran significado para los antiguos egipcios, pues lo consideraban un símbolo del renacimiento. Mientras hablaba la mujer, el psiquiatra, en su oficina oscura, oyó un golpe en la ventana situada detrás de él. Descorrió las cortinas, abrió la ventana, y entró un escarabajo de color verde-dorado, un Cetonia Aureate.



Jung le enseñó «su» escarabajo a la mujer y, desde aquel momento, la racionalidad excesiva de su paciente quedó atravesada y las sesiones se volvieron más provechosas. A pesar de nuestro interés en una visión «científica» de la naturaleza, tales sucesos ocurren, y mientras es verdad que cualquiera de ellos se puede tratar como una «coincidencia», esta clase de explicación tiene poco sentido para la persona que haya experimentado tal sincronicidad. En efecto, el sentido de estos sucesos es que son significativos y desempeñan un papel importante en la vida de una persona. Las sincronicidades son los comodines en la baraja de cartas de la naturaleza, ya que se niegan a jugar según las reglas y ofrecen un indicio de que, en nuestra búsqueda de certidumbre con respecto al universo, es posible que hayamos ignorado algunas pistas vitales. Las sincronicidades nos retan a construir un puente con un fundamento apoyado sobre la objetividad de la dura ciencia y el otro, sobre la subjetividad de los valores personales.



Serialidad



Uno de los primeros investigadores que indagó sobre la naturaleza de las coincidencias de la vida fue un biólogo austriaco, Paul Kammerer, que, a fines de siglo, reunió ejemplos de coincidencia y de grupos de sucesos inexplicables. A lo largo de los años, Kammerer registró cientos de coincidencias; mientras viajaba en tren, estaba sentado en un parque, o caminaba hacia el trabajo, clasificaba a los transeúntes según distintos parámetros como, por ejemplo, la edad, el sexo, la ropa y lo que llevaban en las manos. Luego, estos datos se sometieron al cuidadoso análisis estadístico para descubrir si algunos de estos parámetros tendían a agruparse con el tiempo. Kammerer también reunió gran número de anécdotas como la siguiente. En 1916, la esposa de Kammerer estaba leyendo una novela en que apareció una tal señora Rohan. Aquel día, mientras ella viajaba en tranvía, vio a un hombre que se parecía mucho al príncipe Josef Rohan y le oyó hablar del pueblo de Weissenbach. Más tarde, ese mismo día, una dependienta le preguntó si por casualidad sabía algo de Weissenbach, puesto que tenía que hacer una entrega y no sabía cuál era el código postal correcto. Aquella noche, el príncipe Josef Rohan les hizo una visita a los Kammerer. Se debe admitir que el incidente no es particularmente asombroso; todos hemos tenido esa experiencia de leer una palabra o nombre nuevo en un libro y después encontrarlo una y otra vez. La explicación convencional es que tales nombres siempre han existido, pero que una vez que nos hemos fijado en ellos, nos volvemos sensibles a distinguirlos repetidas veces. Para Kammerer, sin embargo, con sus cuadernos llenos de ejemplos, estas cosas iban más allá de la mera casualidad y señalaban un principio universal de la serialidad.

La serialidad se define como «una repetición legítima, o agrupamiento, en el tiempo y en el espacio por medio de la cual los miembros individuales de la secuencia -en la medida en que se pueda averiguar con un análisis cuidadoso- no están conectados por la misma fuente activa».

El tipo de coincidencia que le intrigaba a Kammerer se ilustra con el relato del Monsieur de Fortgibu y el pudín de Navidad. En Orleans, un tal Monsieur Deschamps, cuando era niño, recibió un trozo de pudín de ciruela de un tal Monsieur de Fortgibu. Diez años más tarde, descubrió otro pudín de ciruela en un restaurante parisino y pidió un trozo. Le dijeron, no obstante, que el pudín ya había sido encargado -por M. de Fortgibu. Muchos años después, M. Deschamps fue invitado a comer pudín de ciruela como algo especialmente raro. Mientras se lo comía, comentó a sus amigos que lo únicos que faltaba era M. de Fortgibu. En aquel instante, se abrió la puerta y un hombre muy viejo, totalmente abordado por la ancianidad, entró en la habitación. Era M. de Fortgibu, que se había equivocado de dirección y había entrado por error en la fiesta. Al igual que los asteroides se juntan en el espacio bajo la influencia de la gravedad, los sucesos fortuitos, según la hipótesis de Kammerer, también se agrupan. Fue como si Kammerer hubiese propuesto que un suceso mostraba afinidad con otros sucesos casualmente inconexos pero que compartían alguna forma o patrón global. Por ello, la serialidad y sus agrupamientos ocurren bajo la influencia de conexiones acausales en vez de por medio de los familiares impulsos y arrastres causales de la física. Kammerer, por lo tanto, había ela-borado un razonamiento para la existencia de una armonía o mosaico fundamental de la naturaleza, un modelo que es «el cordón umbilical que conecta el pensamiento, los sentimientos, la ciencia y el arte con la matriz del universo que los originó».

Einstein calificó la obra de Kammerer de «original y de ningún modo absurda», y Arthur Koestler opinaba que la serialidad es una expresión de «la tendencia integradora del universo».

No obstante, las ideas de Kammerer sobre los agrupamientos casuales no son especialmente conocidas hoy en día y no han despertado el interés de la comunidad científica. La razón no es difícil dedescubrir. Mientras que Kammerer empezó por un camino interesante al proponer que los patrones fundamentales de la naturaleza se manifiestan en patrones de casualidad, hay una desventaja lógica importante en aceptar sus pruebas de que los agrupamientos en serie sean de algún modo distintos de los puramente fortuitos.

Consideremos el lanzamiento de una moneda. Como promedio, saldrán tantas caras como cruces, pero durante cualquier secuencia larga de lanzamientos puede aparecer una serie de caras; por ejemplo, tres,cuatro, o incluso cinco caras seguidas. No es necesario recurrir a ninguna ley especial para explicar este agrupamiento de caras dado que, en cualquier secuencia fortuita larga, habrá muchos patrones determinados y series de caras o cruces que, a la larga, alcanzan un promedio. Es cierto que si persistiese u ocurriese repetidas veces una racha determinada de caras, un jugador escéptico sospecharía que la moneda utilizada no fuese auténtica. Una moneda con peso añadido podría ser examinada rigurosamente, pero si no se hiciera esto, uno no podría estar seguro si esta racha persistente de caras era debida a un desequilibrio de la moneda o si simplemente era el resultado de agrupamientos fortuitos. Por muy persistente que sea una secuencia determinada, en el terreno lógico siempre existe la posibilidad de que sea un acontecimiento fortuito. Por lo tanto, al analizar los agrupamientos como una secuencia en el lanzamiento de una moneda o la coincidencia de que varias personas lleven sombreros verdes en un autobús, el problema es el de diferenciar entre una afinidad fundamental y misteriosa y el resultado de la pura casualidad. Por otra parte, cuando alguien olvida los lanzamientos de monedas y ruedas de ruleta para concentrarse en la coincidencia de nombres, lugares y la manera en que se viste la gente, surge la dificultad adicional de determinar cuál es una probabilidad normal y hasta qué punto una secuencia determinada se desvía de ella. Encontrar a varias personas con sombreros verdes en un autobús puede ser tanto el resultado de una afinidad acausal del color verde, puede ser pura casualidad, ¡o puede que sea el día se San Patricio! (fiesta irlandesa en que todos se visten con alguna ropa verde).Es por la naturaleza de los resultados de Kammerer que los agrupamientos, a menos que sean particularmente excepcionales, sean notablemente difíciles de distinguir de la pura casualidad, e incluso cuando esto se produce, a menudo es posible inventar alguna explicación causal plausible. Su obra posee un punto de vista especialmente interesante, en el que propone una interconexión básica de las cosas dentro de los patrones más profundos del universo, pero este principio de la serialidad nunca convencerá al científico escéptico por estar fundamentado puramente en una colección de coincidencias y anécdotas curiosas. Por lo tanto, quedó en manos de Carl Jung la tarea de demostrar que el significado inherente es lo que realmente diferencia una sincronicidad de una mera coincidencia.



Carl Jung



La historia verdadera de la sincronicidad empieza con la colaboración de dos pensadores extraordinarios, el psicólogo Carl Jung y el físico Wolfgang Pauli. Su concepto de la sincronicidad tuvo su origen en la unión entre los planteamientos de la física y la psicología. Las vidas y las obras de estos dos hombres contienen el embrión que irá evolucionando y enriqueciendo el concepto de sincronicidad, y dado que nunca se ha contado públicamente la curiosa historia de su encuentro, merece la pena relatarla en estas páginas. Pero primero, estudiemos los muy distintos pasados de estos dos hombres y los caminos que finalmente los juntarían. Carl Jung nació en el pueblo suizo de Keswill en 1875, y después de una infancia solitaria llena de enfermedades y una tendencia introvertida hacia los sueños y fantasías, se convirtió en un estudiante de medicina robusto, extrovertido y que se daba a la bebida. Jung escogió la psiquiatría como su campo de especialización y, mientras trabajaba en la famosa clínica Burghólzi, el joven médico empezó a mantener correspondencia con Sigmund Freud, cuya «Interpretación de los Sueños» demostraba como todo el contenido interno del in-consciente podía unirse. Cuando Jung y Freud se conocieron en 1907, el psicoanalista suizo ya había hecho contribuciones importantes al campo con su test de asociación de palabras y su teoría de los complejos. Sus conversaciones fueron un éxito incondicional; Jung reconoció un «amor religioso con alusiones indudablemente eróticas» y Freud, por su parte, trataba al hombre más joven como su hijo adoptivo y escribió: «No podría esperar que nadie mejor que tú continuase y completase mi obra».



A disgusto de los freudianos de Viena, la ascensión de Jung al poder dentro de la organización fue meteórica; él organizó la primera asamblea internacional en Salzburgo en 1908 y fue elegido presidente del Congreso Psicoanalítico. No obstante, a pesar de su intimidad, Freud y Jung tenían puntos de vista profundamente diferentes con respecto al inconsciente. Incluso sus metodologías y planteamientos de investigación eran distintos, ya que mientras Freud se basaba en una tradición racional y científica, Jung se interesaba más por el espiritualismo, la fantasía y la naturaleza curiosa de las imágenes que dibujaban y soñaban sus pacientes. Mientras que Freud afirmaba que nuestra vida inconsciente está dominada por los instintos y represiones sobre los que está extendido el fino barniz de la civilización, Jung consideraba que el inconsciente tiene una dimensión creativa oculta y que no está impulsada solamente por los instintos sexuales. Ya en 1909, cuando aún eran amigos íntimos, no obstante existía una tensión oculta en su relación. Un día, Freud estaba castigando a Jung por su interés en el espiritualismo y le advirtió contra el peligro de ser inundado por «la negra marea del fango del ocultismo». Jung experimentó una sensación ardiente en su diafragma y, al mismo tiempo, los dos hombres oyeron un fuerte crujido que provenía de la estantería de los libros. Jung sugirió que éste era un ejemplo de «exteriorización catalítica», a lo que Freud contestó: «Pura necedad». El hombre más joven predijo que ocurriría un segundo suceso y, efectivamente, se oyó otro ruido, lo que desconcertó considerablemente a Freud. Uno o dos años más tarde, Jung estaba realizando sus investigaciones en una dirección muy distinta a la que había tomado Freud. En 1912, se creó unaruptura importante cuando Freud señaló un «desliz freudiano» en una de las cartas de Jung. Jung contestó: Verá, mi querido profesor, mientras siga repartiendo esta basura, me traen sin cuidado sus acciones sintomáticas; ellas se reducen a nada comparadas con el destello formidable en los ojos de mi hermano Freud.



Jung dimitió como presidente del Congreso Psicoanalítico y Freud se regocijó.«Por fin nos hemos librado del brutal y beato Jung.»Los sucesos posteriores a esta ruptura con Freud y su escuela son especialmente significativos en el desarrollo de la idea de la sincronicidad. Al principio, Jung se sentía libre para explorar sus propias ideas sin la sombra de Freud sobre él. En su obra sobre tipos psicológicos, sostenía que cada persona es el resultado de un equilibrio entre las fuerzas de la Intuición, la Sensación, el Pensamiento y el Sentimiento y, por otra parte, también definió la naturaleza de la Introversión y la Extroversión. El planteamiento de Jung señalaba claramente una estructura interior dentro del inconsciente en lugar de una masa desordenada de represiones e instintos. En medio de esta actividad, sin embargo, Jung experimentó los primeros síntomas de lo que sus biógrafos han llamado una depresión mental absoluta, cuyos detalles se pueden encontrar en su autobiografía Recuerdos, Sueños y Reflexiones. (Memories, Dreams and Reflections).



Durante los meses siguientes, Jung viajó más y más profundamente a las zonas ocultas de su mente y, en unsueño, simbolizó a su mente como una casa con un sótano oculto que contenía una trampilla que conducía a una caverna prehistórica aún más remota. Jung estaba empezando a descubrir una zona profunda y universal de la mente, laque más adelante llamaría el inconsciente colectivo u objetivo. Dentro de este terreno, que Jung demostraría ser común a toda la humanidad, descubrió una variedad de símbolos que calificó de mandalas, al igual que un gran número de personalidades autónomas. Durante su depresión, Jung conversaba con estas figuras internas y aparentemente independientes, que incluían a Filemón, el viejo sabio, y Anima, la joven mujer que una vez había servido como guía espiritual para Simon Magnus, Lao-zi y Klingsor. Con respecto al primero, Jung escribió:... a veces me parecía ser muy real, como si fuese una personalidad viva. Caminaba arriba y abajo con él en el jardín y para mí era lo que los indios llaman gurú. [ ...] Él decía cosas que yo no había pensado conscientemente. Porque yo observaba que no era yo quien hablaba sino él.



Estas visitas alcanzaron su apogeo en 1916 cuando, durante varios días, la casa entera de Jung estuvo encantada, y un domingo por la mañana sonó el timbre y no había nadie fuera. El ambiente estaba espeso, créame. Entonces supe que algo tenía quesuceder. La casa entera estaba llena como si estuviera presente una multitud, abarrotada de espíritus. La llenaban hasta la puerta y el aire estaba tan denso que apenas era posible respirar. En cuanto a mí, estaba temblando mientras me preguntaba: «Por el amor de Dios, ¿qué es esto?». Entonces ellos gritaron a coro: «Hemos regresado de Jerusalén donde no encontramos lo que buscábamos».



Durante las próximas tres noches, mientras estaba poseído por esos espíritus, Jung escribió losSiete Sermones A Los Muertos (VII Sermones Ad Mortuos), una obra compuesta en un estilo profético que presenta una cosmología entera deluniverso de la materia y la mente. Dentro de los Sermones, el mundo de las cosas creadas, la creatura, emerge de un fondo indistinguible, la pleroma, y el libro en sí se convierte en metáfora para la exteriorización de la conciencia fuera del inconsciente colectivo y finalmente del psicoide que es previo a la distinción entre materia y mente. Al igual que la física moderna ha producido un mito para la creación de la materia fuera del estado de vacuidad indistinguible o el big bang primordial, Jung ha creado una explicación para el origen de la menteen el universo.



Los Sermones son muy importantes, dado que contienen en una forma simbólica mucho de lo que Jung manifestaría en las investigaciones y escritos a lo largo de su vida. Este programa para la investigación propone que se puede excavar lamente humana mucho más allá del inconsciente personal, y que en sus niveles más profundos posee una rica estructura de fuerzas dinámicas, patrones simétricos y centros autónomos de energía. Cuando uno sondea aún más profundamente, encuentra el terreno común del que surgen la materia y lamente, un recuerdo del «cordón umbilical que conecta el pensamiento, los sentimientos, la ciencia y el arte con la matriz que les originó», de Kammerer. Pero ¿qué fue exactamente lo que le sucedió a Carl Jung durante este período de depresión nerviosa? Decir que estaba loco no explica nada, pues el caso es quesu viaje en el inconsciente no fue de ningún modo caótico sino que mostró su propio orden interior. El mundo que descubrió Jung no es loco e insensato sino sumamente estructurado de modo que el psicólogo fue capaz de regresar a la superficie del «sano juicio», trayendo con él penetraciones (insights) y descubrimientos profundos que formaron la base de toda su obra posterior. El hecho de que esta profunda transformación de su ser interior fuese acompañada de varias sincronicidades, como por ejemplo las apariciones y los toques de timbre, sugiere que energías de consideración y patrones internos estuvieron implicados durante este período. A partir de entonces, Jung observará la confirmación de sus visiones a través del simbolismo de la alquimia de la Edad Media, textos tántricos y otros escritos de la China, visitas a África, y los sueños y fantasías de sus pacientes.



Wolgang Pauli



Dejemos a Jung mientras revela los contenidos del inconsciente y pasemos al físico Pauli. Wolfgang Pauli nació en 1900 en el seno de una familia vienesa acaudalada. Su padre era profesor de bioquímica en la Universidad de Viena y su madre tenía conocimientos artísticos. Mientras era niño, Pauli sobresalía en el colegio, pero le asustaban los cuentos de hadas. A los dieciocho años, se matriculó en la Universidad de Munich donde, dos años después, le conoció Werner Heisenberg. Vi a un alumno de pelo oscuro con un rostro algo sigiloso en la tercera fila. Sommerfield nos había presentado durante mi primera visita y entonces me dijo que consideraba que el chico era uno de sus alumnos con más talento, alguien de quien podría aprender mucho. Su nombre era Wolfgang Pauli y durante el resto de su vida será un íntimo amigo, aunque a menudo un crítico severo. Pauli ciertamente podía ser implacable en su crítica científica, dado que poseía una penetración (insight) profunda en la física y su intuición era rápida en reconocer pistas falsas, razonamientos poco sólidos y errores de suposición. Por esta razón, el joven fue apodado «Die Geissel Gottes» (el látigo de Dios) y «Derfürchterlichi Pauli» (Pauli el espantoso). Incluso el mismo Einstein no estaba inmune a sus ataques críticos. No obstante, cuando el joven escribió una crítica del tamaño de un libro sobre la teoría de la relatividad, Einstein escribió: Nadie que estudie esta obra madura y magníficamente concebida creería que su autor sea un hombre de veintiún años. Uno se pregunta qué es lo que debería admirar más, la comprensión psicológica para el desarrollo de las ideas, la seguridad en la deducción matemática, la profunda penetración (insight) física, la capacidad de realizar una lúcida presentación sistemática, el tratamiento completo del tema o la certeza de evaluación crítica.



Pero Pauli también se había interesado por el nivel atómico de la materia y por el intento prematuro de Neils Bohr de llegar a una teoría cuántica. Durante sus años como alumnos, Pauli y Heisenberg pasaron muchas horas criticando la teoría existente y explorando otros planteamientos. En efecto, Heisenberg escribió más adelante que sus paseos con Pauli «constituyeron la parte más importante de mis estudios».



Cuando en 1925, Heisenberg finalmente creó la nueva mecánica cuántica, Pauli continuó pocos meses después con una teoría del átomo de hidrógeno que «convenció a la mayoría de los físicos de que la mecánica cuántica es correcta». En realidad, ha sido relativamente reciente que se ha visto la importancia significativa de las contribuciones de Pauli al nacimiento de esta nueva teoría. De todas las contribuciones de Pauli a la física, la más conocida es su principio de exclusión, un agregado a la mecánica cuántica de Heisenberg que repercute de un modo interesante en el concepto general de la sincronicidad. La sincronicidad, como proponemos en este libro, se origina de los patrones fundamentales del universo y no a través de una causalidad de impulsos y tirones que normalmente relacionamos con sucesos de la naturaleza. Por esta razón, Jung ha llamado a la sincronicidad un «principio conector acausal». Pero una conexión acausal es precisamente la que Pauli propuso en su principio de exclusión. El principio de Pauli puede que resulte muy claro para el físico cuando se expresa en términos matemáticos, pero conceptualmente es bastante abstracto. Posiblemente, la mejor manera de comprenderlo sea considerar una simple imagen. Pauli sostenía que, en el nivel cuántico, toda naturaleza entabla una danza abstracta. Por otra parte, todas las partículas y cuantos elementales de energía se pueden dividir en dos grupos según el tipo de danza que ejecutan. Los electrones, protones, neutrones y neutrinos, junto con otras partículas, forman un grupo (y entablan una danza antisimétrica), mientras el otro grupo incluye mesones y fotones de luz (y forma una danza simétrica). Resulta que, en el primer caso, la naturaleza de este movimiento o danza abstracta tiene el efecto de mantener las partículas con la misma energía siempre apartadas las unas de las otras. Sin embargo, esta exclusión de partículas de su espacio de energía no es el resultado de ninguna fuerza que actúe entre ellas ni es un acto de causalidad en el sentido normal, sino que se origina en la antigeometría del movimiento abstracto de las partículas como conjunto. Por lo tanto, el patrón fundamental de la danza entera ejerce un profundo efecto sobre el comportamiento de exclusión, lo que provoca que los electrones en un átomo se amontonen en una serie de niveles de energía y hace que un átomo sea químicamente distinguible de otro. Es el principio de Pauli lo que provoca la riqueza química de la naturaleza y, sin ella, el universo entero parecería más o menos monótono. Es la danza simétrica del principio de Pauli lo que funciona detrás de la intensa luz coherente del láser, al igual que los superfluidos y la superconducción. La danza antigeométrica del principio de Pauli libra una batalla constante contra la fuerza de la gravedad y las distintas etapas de esta batalla dan como resultado el derrumbamiento de una estrella durante las fases de la enana blanca, de la estrella de neutrones y del agujero negro. En consecuencia, la contribución más famosa de Wolfgang Pauli a la física implicaba el descubrimiento de un patrón abstracto que se oculta debajo de la superficie de la materia atómica y que determina su comportamiento de un modo acausal.


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