martes, 1 de mayo de 2012

Fragmento de "El Cuaderno Rojo" de Paul Auster (1994)


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Hace doce años, la hermana de mi mujer se fue a vivir a Taiwan. Su intención era estudiar chino (que ahora habla con fluidez pasmosa) y mantenerse dando clases de inglés a los nativos de Taipei de habla china. Fue aproximadamente un año antes de que yo conociera a mi mujer, que entonces hacía los cursos de doctorado en la Universidad de Columbia.



Un día, mi futura cuñada estaba hablando con una amiga norteamericana, una joven que también había ido a Taipei a estudiar chino. La conversación tocó el tema de sus familias en Estados Unidos, lo que dio pie al siguiente diálogo:



–Tengo una hermana que vive en Nueva York –dijo mi futura cuñada.



–También yo –contestó su amiga.



–Mi hermana vive en el Upper West Side.



–La mía también.



–Mi hermana vive en la calle 109 Oeste.



–Aunque no te lo creas, la mía también.



–Mi hermana vive en el número 309 de la calle 109 Oeste.



–¡La mía también!



–Mi hermana vive en el segundo piso del número 309 de la calle 109 Oeste.



Su amiga suspiró y dijo: –Sé que parece un disparate, pero la mía también.



Es prácticamente imposible que haya dos ciudades tan lejanas como Taipei y Nueva York. Están en las antípodas, separadas por una distancia de más de quince mil kilómetros, y cuando es de día en una es de noche en la otra. Mientras las dos jóvenes se maravillaban en Taipei de la sorprendente conexión que acababan de descubrir, cayeron en la cuenta de que sus dos hermanas probablemente dormían en aquel instante. En el mismo piso del mismo edificio del norte de Manhattan, cada una dormía en su apartamento, ajena a la conversación que, acerca de ellas, tenía lugar en el otro extremo del mundo.



Aunque eran vecinas, resulta que las dos hermanas de Nueva York no se conocían.

Cuando por fin se conocieron (dos años después), ninguna de las dos seguía viviendo en el mismo edificio.



Siri y yo ya estábamos casados. Una tarde, camino de una cita, nos paramos a echar un vistazo en una librería de Broadway.



Seguramente curioseábamos en diferentes secciones, y, porque Siri quería enseñarme algo o porque yo quería enseñarle algo a ella (no me acuerdo), uno de los dos llamó al otro en voz alta. Un segundo después, una mujer se nos acercó corriendo. «Ustedes son Paul Auster y Siri Hustvedt, ¿verdad?», dijo. «Sí, exactamente», contestamos. «¿Cómo lo sabe?»



La mujer nos explicó entonces que su hermana y la hermana de Siri habían estudiado juntas en Taiwan. El círculo se había cerrado por fin.



Desde aquella tarde en la librería, hace diez años, esa mujer ha sido una de nuestras mejores y más fieles amigas.


domingo, 22 de abril de 2012

Fragmento de “El Estatus Ontológico de la Teoría de la Conspiración” de Hakim Bey







Aquí una hipótesis:

La historia (con “h” minúscula) es un tipo de caos. Dentro de la historia están incrustados otros caos, si es que uno puede usar tales término. El tardío capitalismo “democrático” es uno de aquellos caos, cuyo poder y control se ha vuelto extremadamente sutil, casi alquímico, difícil de localizar, tal vez imposible de definir. Los escritos de Debord, Foucault y Braudillard han abordado la posibilidad de que el “poder mismo” está vacío, “desaparecido”, y ha sido reemplazado por la mera violencia del espectáculo. Pero si la historia es un caos, el espectáculo sólo puede ser visto como un “atractor extraño” en lugar de como una especie de fuerza causal. La idea de “fuerza” pertenece a la física clásica y tiene un papel muy pequeño que jugar en la teoría del caos. Y si el capitalismo es un caos y el espectáculo un atractor extraño, entonces la metáfora puede ser extendida: podemos decir que las conspiraciones “republicanas” son como los modelos concretos generados por el atractor extraño. Las conspiraciones no son fortuitas, pero entonces nada es realmente “fortuito”, en el antiguo y clásico sentido del término. Una forma útil en la que podemos, por así decirlo, mirar dentro del caos que es la historia, es mirando a través del lente proporcionado por las conspiraciones. Podemos creer o no creer que las conspiraciones sean meras simulaciones de poder, meros síntomas del espectáculo, pero no podemos desestimarlas como vacías de todo significado.



Más que hablar de teoría conspiratoria podemos en su lugar construir una poética de la conspiración. Una conspiración sería tratada como una construcción estética, o un constructo de lenguaje, y podría ser analizada como un texto. Robert Anton Wilson ha hecho esto con su vasta y juguetona fantasía “Illuminati”. Podemos también usar la teoría de la conspiración como un arma de agit-prop. Las conspiraciones de “poder” usan la total desinformación; lo menos que podemos hacer en represalia es localizarla hasta su fuente. Efectivamente debemos evitar la mística de la teoría de la conspiración, la fantasía de que la conspiración es todopoderosa. Las conspiraciones pueden ser golpeadas. Pueden ser incluso derrotadas. Pero temo que no pueden ser simplemente ignoradas. El rechazo a admitir cualquier validez a la teoría conspiratoria es en sí mismo una forma de falsa ilusión/ciega creencia en el mundo liberal, racional, alumbrado por la luz del día, en el cual todos tenemos “derechos”, en el cual “el sistema funciona”, en el cual “los valores democráticos prevalecerán a la larga” porque la Naturaleza lo ha decretado. La historia es un gran desorden. Tal vez las conspiraciones no funcionan. Pero tenemos que actuar como si funcionaran. De hecho los movimientos no autoritarios no sólo necesitan su propia teoría de la conspiración, necesitan también sus propias conspiraciones. “Funcionen” o no. Respiremos todos juntos o nos asfixiemos cada uno en lo nuestro. “Ellos” están conspirando, nunca lo dudes, aquellos siniestros payasos. No solamente debemos armarnos a nosotros mismo con una teoría conspiratoria, debemos tener nuestras propias conspiraciones: nuestras TAZs, nuestro comando de guerrilla ontológica ataca-patrullas, nuestros Terroristas Poéticos, nuestros instigadores de caos, nuestras sociedades secretas. Proudhon lo dijo. Bakunin lo dijo. Malatesta lo dijo. Es una tradición anarquista.

viernes, 20 de abril de 2012

El Viaje Alucinante del Dr. Albert

Fragmento del libro LSD – Mein Sorgenkind (LSD, Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo) de Albert Hofmann, 1979





El ácido lisérgico y sus compuestos

El ácido lisérgico demostró ser una sustancia de fácil descomposición, y su combinación con restos alcalinos ofrecía dificultades. Finalmente encontré en el método conocido como síntesis de Curtius un procedimiento que permitía combinar el ácido lisérgico con restos básicos.

Con este método produje una gran cantidad de compuestos de ácido lisérgico. Al combinar el ácido lisérgico con el aminoalcohol propanolamina surgió un compuesto idéntico a la ergobasina, el alcaloide natural del cornezuelo. Había tenido éxito, pues, la primera síntesis parcial de un alcaloide del cornezuelo (síntesis parcial es una producción artificial en la que se emplea, sin embargo, un componente natural; en este caso el ácido lisérgico). No sólo tenía un interés científico como confirmación de la estructura química de la ergobasina, sino también una importancia práctica, puesto que el factor específico contractor del útero y hemostático, la ergobasina, se encuentra en el cornezuelo sólo en cantidad muy pequeña.

Con esta síntesis parcial, se posibilitó transformar los otros alcaloides, presentes en abundancia en el cornezuelo, en la ergobasina, valiosa para la obstetricia.
Después de este primer éxito en el terreno del cornezuelo, mis investigaciones continuaron en dos direcciones. Primero intenté mejorar las propiedades farmacológicas de la ergobasina modificando su parte de aminoalcohol. Junto con uno de mis colegas, el Dr. J. Peyer, desarrollamos un procedimiento para la producción racional de propanolamina y de otros aminoalcoholes. El reemplazo de la propanolamina contenida en la ergobasina por el aminoalcohol butanolamina dio efectivamente una sustancia activa que superaba el alcaloide natural en sus propiedades terapéuticas.

Esta ergobasina mejorada, con el nombre de marca «Methergin», ha hallado una aplicación universal como citócico y hemostático, y es hoy día el medicamento más importante para esta indicación obstétrica. Además introduje mi método de síntesis para producir nuevos compuestos del ácido lisérgico, en los que lo principal no era su efecto sobre el útero, pero de los que, por su estructura química, podían esperarse otras propiedades farmacológicas interesantes.

La sustancia n.° 25 en la serie de estos derivados sintéticos del ácido lisérgico, la dietilamida del ácido lisérgico (N. d. T.: en alemán, Lyserg.Säure.Diäthylamid), que para el uso del laboratorio abrevié LSD–25, la sinteticé por primera vez en 1938. Había planificado la síntesis de este compuesto con la intención de obtener un estimulante para la circulación y la respiración (analéptico). Se podían esperar esas cualidades estimulantes de la dietilamida del ácido lisérgico, porque su estructura química presentaba similitudes con la dietilamida del ácido nicotínico («coramina»), un analéptico ya conocido en aquel entonces. Al probar el LSD–25 en la sección farmacológica de Sandoz, cuyo director era el profesor Ernst Rothlin, se comprobó un fuerte efecto sobre el útero, con aproximadamente un 70.% de la actividad de la ergobasina. Por lo demás se consignó en el informe que los animales de prueba se intranquilizaron con la narcosis. Pero la sustancia no despertó un interés ulterior entre nuestros farmacólogos y médicos; por eso se dejaron de lado otros ensayos.

Durante cinco años reinó el más absoluto silencio en torno al LSD–25. En el interín, mis trabajos en el terreno del cornezuelo de centeno prosiguieron en otra dirección. Al purificar la ergotoxina, el material de partida para el ácido lisérgico, tuve, como ya he dicho, la impresión de que este preparado de alcaloides no podía ser uniforme, sino que tenía que ser una mezcla de diversas sustancias. Las dudas sobre la uniformidad de la ergotoxina se acentuaron cuando una hidrogenación dio dos productos claramente distintos, mientras que en las mismas condiciones el alcaloide ergotamina daba un solo producto hidrogenado. Unos prolongados ensayos sistemáticos para descomponer la sospechada mezcla de ergotoxina finalmente dieron resultado, cuando logré descomponer este preparado de alcaloides en tres componentes uniformes. Uno de los tres alcaloides químicamente uniformes resultó ser idéntico a un alcaloide aislado poco antes en la sección de producción; A. Stoll y E. Burckhardt lo habían llamado ergocristuia.

Los otros dos alcaloides eran nuevos. Uno de ellos lo llamé ergocornina, y al otro, que había quedado mucho tiempo en las aguamadres, lo designé ergocriptina (Kryptos = oculto). Más tarde se comprobó que la ergocriptina se presenta en dos isómeros estructurales, que se distinguen como alfa y beta ergocriptina.

La solución del problema de la ergotoxina no sólo tenía un interés científico, sino que también tuvo consecuencias prácticas. De allí surgió un medicamento valioso. Los tres alcaloides hidrogenados de la ergotoxina: la dihidro–ergocristina, la dihidro–ergocriptina y la dihidro–ergocornina, que produje en el curso de esta investigación, evidenciaron interesantes propiedades medicinales durante la prueba en la sección farmacológica del profesor Rothlin. Con estas tres sustancias activas se desarrolló el preparado farmacéutico
«hidergina», un medicamento para fomentar la irrigación periférica y cerebral y mejorar las funciones cerebrales en la lucha contra los trastornos de la vejez. La hidergina ha respondido a las expectativas como medicamento eficaz para esta indicación geriátrica. Hoy día ocupa el primer puesto en las ventas de los productos farmacéuticos de Sandoz.

Asimismo ha ingresado en el tesoro de medicamentos la dihidro–ergotamina, que había sintetizado también en el marco de estas investigaciones. Con el nombre de marca «Dihydergot» se lo emplea como estabilizador de la circulación y la presión sanguínea.

Mientras que hoy en día la investigación de proyectos importantes se realiza casi exclusivamente como trabajo en grupo, teamwork, estas investigaciones sobre los alcaloides del cornezuelo aún las realicé yo solo. También siguieron en mis manos los pasos químicos posteriores del desarrollo hasta el preparado de venta en el mercado, es decir, la producción de cantidades mayores de sustancia para las pruebas químicas y finalmente la elaboración de los primeros procedimientos para la producción masiva de «Methergin», «Hydergin» y «Dihydergot». Ello regía también para el control analítico en el desarrollo de las primeras formas galénicas de estos tres preparados, las ampollas, las soluciones para instilar y los comprimidos.

Mis colaboradores eran, en aquella época, un laborante y un ayudante de laboratorio, y luego una laborante y un técnico químico adicionales.

El descubrimiento de los efectos psíquicos del LSD



Todos los fructíferos trabajos, aquí sólo brevemente reseñados, que surgieron a partir de la solución del problema de la ergotoxina, de todos modos no me hicieron olvidar por completo la sustancia LSD–25. Un extraño presentimiento de que esta sustancia podría poseer otras cualidades que las comprobadas en la primera investigación me motivaron a volver a producir LSD–25 cinco años después de su primera síntesis para enviarlo nuevamente a la sección farmacológica a fin de que se realizara una comprobación ampliada.

Esto era inusual, porque las sustancias de ensayo normalmente se excluían definitivamente del programa de investigaciones si no se evaluaban como interesantes en la sección farmacológica.

En la primavera de 1943, pues, repetí la síntesis de LSD–25. Igual que la primera vez, se trataba sólo de la obtención de unas décimas de gramo de este compuesto. En la fase final de la síntesis, al purificar y cristalizar la diamida del ácido lisérgico en forma de tartrato me perturbaron en mi trabajo unas sensaciones muy extrañas. Extraigo la descripción de este incidente del informe que le envié entonces al profesor Stoll.

El viernes pasado, 16 de abril de 1943, tuve que interrumpir a media tarde mi trabajo en el laboratorio y marcharme a casa, pues me asaltó una extraña intranquilidad acompañada de una ligera sensación de mareo. En casa me acosté y caí en un estado de embriaguez no desagradable, que se caracterizó por una fantasía sumamente animada.

En un estado de semipenumbra y con los ojos cerrados (la luz del día me resultaba desagradablemente chillona) me penetraban sin cesar unas imágenes fantásticas de una plasticidad extraordinaria y con un juego de colores intenso, caleidoscópico.

Unas dos horas después este estado desapareció.

La manera y el curso de estas apariciones misteriosas me hicieron sospechar una acción tóxica externa, y supuse que tenía que ver con la sustancia con la que acababa de trabajar, el tartrato de la dietilamida del ácido lisérgico. En verdad no lograba imaginarme cómo podría haber resorbido algo de esta sustancia, dado que estaba acostumbrado a trabajar con minuciosa pulcritud, pues era conocida la toxicidad de las sustancias del cornezuelo. Pero quizás un poco de la solución de LSD había tocado de todos modos a la punta de mis dedos al recristalizarla, y un mínimo de sustancia había sido reabsorbida por la piel. Si la causa del incidente había sido el LSD, debía tratarse de una sustancia que ya en cantidades mínimas era muy activa. Para ir al fondo de la cuestión me decidí por el autoensayo. Quería ser prudente, por lo cual comencé la serie de ensayos en proyecto con la dosis más pequeña de la que, comparada con la eficacia de los alcaloides de cornezuelo conocidos, podía esperarse aún algún efecto, a saber, con 0,25 mg (mg = miligramos = milésimas de gramo) de tartrato de dietilamida de ácido lisérgico.

Autoensayos

19 IV/16.20: toma de 0,5 cm3 de una solución acuosa al 1/2 por mil de solución de tartrato de dietilamida peroral. Disuelta en unos 10 cm3 de agua insípida.

17.00: comienzo del mareo, sensación de miedo. Perturbaciones en la visión. Parálisis con risa compulsiva.

Añadido el 21.IV:

Con velomotor a casa. Desde las 18 hs. Hasta aproximadamente las 20 hs.: punto más grave de la crisis (cf. informe especial).

Escribir las últimas palabras me costó un ingente esfuerzo. Ya ahora sabía perfectamente que el LSD había sido la causa de la extraña experiencia del viernes anterior, pues los cambios de sensaciones y vivencias eran del mismo tipo que entonces, sólo que mucho más profundos. Ya me costaba muchísimo hablar claramente, y le pedí a mi laborante, que estaba enterada del autoensayo, que me acompañara a casa.

En el viaje en bicicleta —en aquel momento no podía conseguirse un coche; en la época de posguerra los automóviles estaban reservados a unos pocos privilegiados— mi estado adoptó unas formas amenazadoras. Todo se tambaleaba en mi campo visual, y estaba distorsionado como en un espejo alabeado.

También tuve la sensación de que la bicicleta no se movía. Luego mi asistente me dijo que habíamos viajado muy deprisa. Pese a todo llegué a casa sano y salvo y con un último esfuerzo le pedí a mi acompañante que llamara a nuestro médico de cabecera y les pidiera leche a los vecinos.

A pesar de mi estado de confusión embriagada, por momentos podía pensar clara y objetivamente: leche como desintoxicante no específico.

El mareo y la sensación de desmayo de a ratos se volvieron tan fuertes, que ya no podía mantenerme en pie y tuve que acostarme en un sofá. Mi entorno se había transformado ahora de modo aterrador. Todo lo que había en la habitación estaba girando, y los objetos y muebles familiares adoptaron formas grotescas y generalmente amenazadoras. Se movían sin cesar, como animados, llenos de un desasosiego interior.

Apenas reconocí a la vecina que me trajo leche —en el curso de la noche bebí más de dos litros. No era ya la señora R., sino una bruja malvada y artera con una mueca de colores. Pero aún peores que estas mudanzas del mundo exterior eran los cambios que sentía en mí mismo, en mi íntima naturaleza. Todos los esfuerzos de mi voluntad de detener el derrumbe del mundo externo y la disolución de mi yo parecían infructuosos. En mí había penetrado un demonio y se había apoderado de mi cuerpo, mis sentidos y el alma. Me levanté y grité para liberarme de él, pero luego volví a hundirme impotente en el sofá. La sustancia con la que había querido experimentar me había vencido. Ella era el demonio que triunfaba haciendo escarnio de mi voluntad. Me cogió un miedo terrible de haber enloquecido. Me había metido en otro mundo, en otro cuarto con otro tiempo. Mi cuerpo me parecía insensible, sin vida, extraño. ¿Estaba muriendo? ¿Era el tránsito? Por momentos creía estar fuera de mi cuerpo y reconocía claramente, como un observador externo, toda la tragedia de mi situación.

Morir sin despedirme de mi familia... mi mujer había viajado ese día con nuestros tres hijos a visitar a sus padres en Lucerna. ¿Entendería alguna vez que yo no había actuado irreflexiva, irresponsablemente, sino que había experimentado con suma prudencia y que de ningún modo podía preverse semejante desenlace?

No sólo el hecho de que una familia joven iba a perder prematuramente a su padre, sino también la idea de tener que interrumpir antes de tiempo mi labor de investigador, que tanto me significaba, en medio de un desarrollo fructífero, promisorio e incompleto, aumentaban mi miedo y mi desesperación. Llena de amarga ironía se entrecruzaba la reflexión de que era esta dietilamida del ácido lisérgico que yo había puesto en el mundo la que ahora me obligaba a abandonarlo prematuramente.

Cuando llegó el médico yo había superado el punto más alto de la crisis. Mi laborante le explicó mi autoensayo, pues yo mismo aún no estaba en condiciones de formular una oración coherente. Después de haber intentado señalarle mi estado físico presuntamente amenazado de muerte, el médico meneó desconcertado la cabeza, porque fuera de unas pupilas muy dilatadas no pudo comprobar síntomas anormales.

El pulso, la presión sanguínea y la respiración eran normales. Por eso tampoco me suministró medicamentos, me llevó al dormitorio y se quedó observándome al lado de la cama. Lentamente volvía yo ahora de un mundo ingentemente extraño a mi realidad cotidiana familiar. El susto fue cediendo y dio paso a una sensación de felicidad y agradecimiento crecientes a medida que retornaban un sentir y pensar normales y creía la certeza de que había escapado definitivamente del peligro de la locura.

Ahora comencé a gozar poco a poco del inaudito juego de colores y formas que se prolongaba tras mis ojos cerrados. Me penetraban unas formaciones coloridas, fantásticas, que cambiaban como un calidoscopio, en círculos y espirales que se abrían y volvían a cerrarse, chisporroteando en fontanas de colores, reordenándose y entrecruzándose en un flujo incesante.

Lo más extraño era que todas las percepciones acústicas, como el ruido de un picaporte o un automóvil que pasaba, se transformaban en sensaciones ópticas. Cada sonido generaba su correspondiente imagen en forma y color, una imagen viva y cambiante.

A la noche regresó mi esposa de Lucerna. Se le había comunicado por teléfono que yo había sufrido un misterioso colapso. Dejó a nuestros hijos con los abuelos. En el interín me había recuperado al punto de poder contarle lo sucedido.

Luego me dormí exhausto y desperté a la mañana siguiente reanimado y con la cabeza despejada, aunque físicamente aún un poco cansado. Me recorrió una sensación de bienestar y nueva vida. El desayuno tenía un sabor buenísimo, un verdadero goce.

Cuando más tarde salí al jardín, en el que ahora, después de una lluvia primaveral, brillaba el sol, todo centelleaba y refulgía en una luz viva. El mundo parecía recién creado. Todos mis sentidos vibraban en un estado de máxima sensibilidad que se mantuvo todo el día.

Este autoensayo mostró que el LSD–25 era una sustancia psicoactiva con propiedades extraordinarias.

Que yo sepa, no se conocía aún ninguna sustancia que con una dosis tan baja provocara efectos psíquicos tan profundos y generara cambios tan dramáticos en la experiencia del mundo externo e interno y en la conciencia humana.

Me parecía asimismo muy importante el hecho de que pudiera recordar todos los detalles de lo vivenciado en el delirio del LSD. La única explicación posible era que, pese a la perturbación intensa de la imagen normal del mundo, la conciencia capaz de registrar no se anulaba ni siquiera en el punto culminante de la experiencia del LSD. Además, durante todo el tiempo del ensayo había sido consciente de estar en medio del experimento, sin que, sin embargo, hubiera podido espantar el mundo del LSD a partir del reconocimiento de mi situación y por más que esforzara mi voluntad. Lo vivía, en su realidad terrorífica, como totalmente real, aterradora, porque la imagen de la otra, la familiar realidad cotidiana, había sido plenamente conservada en la conciencia.

Lo que también me sorprendió fue la propiedad del LSD de provocar un estado de embriaguez tan abarcador e intenso sin dejar resaca. Al contrario: al día siguiente me sentí —como lo he descrito— en una excelente disposición física y psíquica.

Era consciente de que la nueva sustancia activa LSD, con semejantes propiedades, tenía que ser útil en farmacología, en neurología y sobre todo en psiquiatría, y despertar el interés de los especialistas.

Pero lo que no podía imaginarme entonces era que la nueva sustancia se usaría fuera del campo de la medicina, como estupefaciente en la escena de las drogas. Como en mi primer autoensayo había vivido el LSD de manera terroríficamente demoníaca, no podía siquiera sospechar que esta sustancia hallaría una aplicación como estimulante, por así decirlo.

También reconocí sólo después de otros ensayos, llevados a cabo con dosis mucho menores y bajo otras condiciones, la significativa relación entre la embriaguez del LSD y la experiencia visionaria espontánea.

Al día siguiente escribí el ya mencionado informe al profesor Stoll sobre mis extraordinarias experiencias con la sustancia LSD–25; le envié una copia al director de la sección farmacológica, profesor Rothlin.

Como no cabía esperarlo de otro modo, mi informe causó primero una extrañeza incrédula. En seguida me telefonearon desde la dirección; el profesor Stoll preguntaba: «¿Está seguro de no haber cometido un error en la balanza? ¿Es realmente correcta la indicación de la dosis?». El profesor Rothlin formuló la misma pregunta. Pero yo estaba seguro, pues había pesado y dosificado con mis propias manos.

Las dudas expresadas estaban justificadas en la medida en que hasta ese momento no se conocía ninguna sustancia que en fracciones de milésimas de gramo surtiera el más mínimo efecto psíquico. Parecía casi increíble una sustancia activa de tamaña potencia.

El propio profesor Rothlin y dos de sus colaboradores fueron los primeros que repitieron mi autoensayo, aunque sólo con un tercio de la dosis que yo había empleado. Pero aún así los efectos fueron sumamente impresionantes y fantásticos. Todas las dudas respecto de mi informe quedaron disipadas.




martes, 17 de abril de 2012

Fragmento de 'Cosmic Trigger II' de Robert Anton Wilson

Extractos de Cosmic Trigger II. En este segundo libro de la trilogía, encontramos una multitud de mini-ensayos en los que el autor habla de su propia vida, de sus ideas acerca de la realidad, del papel de la ciencia y la percepción.



La raíz cuadrada de menos uno y otros misterios



A medida que avanzó mi educación matemática en la Brooklyn Tech, empecé a encontrarme lo que los New Agers de hoy en día piensan que sólo puede encontrarse en el misticismo oriental; conceptos demasiado etéreos como para ser reducidos a datos de los sentidos.





Por ejemplo, dos es la raíz cuadrada de 4, porque si multiplicas 2x2 obtienes 4. En notación matemática, 2 x 2 = 4 o 2^2 = 4. Tres es la raíz cuadrada de nueve, por la misma lógica (3^2 = 9). Pero menos uno (-1) también tiene una raíz cuadrada, incluso a pesar de que no podamos escribirla como número. De forma arbitraria (como convención) lo representamos con la letra i.





También tenemos múltiplos de i, como 2i, 3i, 4i, etc. Estos son lo que llamamos "números imaginarios", porque cuando se inventaron, a nadie se le ocurría utilidad alguna para ellos. Para los artesanos prácticos de esos días, y también para algunos de los matemáticos, parecía que i y todos sus múltiplos fueran algún tipo de fantasía en la que los matemáticos se habían metido torpemente, como el pequeño hombre del famoso poema:



Vi a un hombre en la escalera,


un pequeño hombre que no estaba allí.


De nuevo, hoy tampoco estaba allí


¡Agh, ojalá se fuera!



La raíz cuadrada de menos uno y sus múltiplos fantasmales no se fueron. De estos números imaginarios nacieron los números complejos, que se escriben en formas como 3 + 2i, 4 + 7i, x + 5i, y + 12i, etcétera. No puedes marcar un punto en una línea y decir que allí es donde vive un número complejo en concreto, como podrías hacerlo con los números normales ("reales"). Para indicar dónde pertenece un número complejo no necesitas una línea, sino un plano (dos dimensiones).



Por ejemplo, si dibujas una línea de cualquier longitud en una página normal y la divides con una marca por cada centímetro, 3 sería el número que corresponde a la marca donde se encuentra el tercer centímetro. 3+2i estaría dos unidades "por encima" de eso, flotando en el espacio (pero en el mismo plano que la línea).



Hasta aquí, estos números complejos compuestos por una parte que son sus números imaginarios parecen como un "juego mental" o el equivalente matemático a la pintura abstracta. Lo asombroso es que, durante los últimos 300 años, los científicos han encontrado docenas y docenas de sistemas en el mundo físico que sólo pueden describirse con este oculto simbolismo. Por ejemplo, puedes describir la corriente eléctrica de corriente continua (DC) sin ellos, pero los necesitas para describir la corriente alterna (AC). También los necesitas en la Relatividad, en la mecánica cuántica, la televisión; y en docenas de otras áreas de nuestra tecnología.





Es como si no pudiéramos describir y predecir el mundo de la materia y la energía sin incluir en nuestra descripción un factor tan inescrutable como la Cabeza Cabalista Que No Es Una Cabeza o el Sonido Zen de Una Mano Aplaudiendo.



Mientras iba sorprendiéndome con esta revelación, les hice a mis profesores muchas preguntas sobre el sentido de todo esto. La respuesta habitual era, "Bueno, funciona, así que, ¿por qué preocuparse sobre algo que sea un poco raro en las matemáticas?". La única otra respuesta era, "Bueno, puedes verlo en la universidad, si decides ir a Matemáticas".



(La Matemática Pura trata de todos los sistemas matemáticos que los humanos pueden inventar. La Matemática Aplicada trata sólo con aquellos que tienen alguna utilidad mercantil o científica. Otra broma aquí es que cualquier cosa que venga de la Matemática Pura puede convertirse en Matemática Aplicada tan pronto como alguien le encuentre utilidad. Por ejemplo, la Geometría Riemanniana era Matemática Pura hasta que Einstein la utilizó en su teoría de la gravedad, momento en el que se convirtió en Matemática Aplicada. Dado que el 95% de la Matemática Pura es desconocida incluso para la mayor parte de los matemáticos -nadie tiene tiempo como para leer y entender todos los teoremas publicados-, no sabemos cuánta Matemática Pura puede estar tirada en libros cubiertos de polvo, y que contenga los modelos científicos que puedan explicar fenómenos inexplicados.)



Un concepto más extraño todavía para mí fue el de que vivimos en un mundo sin colores. Por ejemplo, desde donde estoy sentado frente a mi ordenador escribiendo esto, puedo ver un tablero de ajedrez blanco y negro, una estantería marrón, un vestidor beige/amarillo, una tapicería amarilla y roja (hecha por un artista indio de Panamá) y una silla verde llena de cosas. Todo esto es una alucinación, según la física. Lo que está realmente ahí consiste en grupos de átomos sin color y fotones, y todos los "colores" son la forma en la que mi cerebro reacciona a las distintas longitudes de onda de la luz que llevan los fotones que están rebotando en los átomos.



Melville lo entendió, y se sintió profundamente inquieto por este aspecto de la ciencia moderna. La frase de Moby Dick, "el todo-color carente de color del ateísmo", resume el horror que la mayor parte de los artistas sienten ante esta visión blanqueada y emocionalmente vacía de un mundo monocromático; que también aterrorizaba a Blake y Dostoievsky y causaba náuseas a Whitman. Este mundo sin color, aparentemente "abstracto", reaparece en la decoración pálida de algunas de las películas más oscuras de Bergman y Woody Allen. Tiene el sabor inhumano y carente de emociones de la meditación budista Theravada, sólo que sin la esperanza de la Iluminación.



Si la "realidad" es esta Clara Luz científico-budista, o las Matemáticas Imaginarias, o la No-Cosa como dicen nihilistas y budistas chinos, ¿por qué desarrollamos cerebros que inventan de forma persistente un mundo alucinatorio "sólido" lleno de colores, y sudor, y música, y propósitos y diversión y sufrimiento e incluso presencias tan de brujería como la Justicia y la Injusticia? ¿Por qué nuestros cerebros se dedican a alucinar esa fantasía en technicolor incluso después de que hayamos aprendido la verdad científico-matemática?



La temperatura resulta ser incluso más extraña que el color. Se registra en instrumentos -por ejemplo el termómetro-, así como en nuestro sistema ojo/cerebro, pero sólo existe a determinados niveles. Específicamente, existe en el nivel molecular y de ahí hacia arriba, ya que lo que llamamos temperatura es el índice de movimiento de las moléculas. Esto es, si una mesa está a 40 grados en un día caluroso, no tiene sentido decir que los átomos en esa mesa están también a 40 grados. Los átomos tienen tanta temperatura como color. Sólo los grupos de átomos llamados moléculas tienen temperatura, y sólo en relación a sus movimientos.



Cuanto más progresó mi educación técnica, más me di cuenta de que lo que es real no es lo que vemos, y que lo que vemos no es real en absoluto. Lo que es "real", evidentemente, carece de color y temperatura, y es abstracto de forma que sólo se puede expresar en términos de matemáticas surrealistas como la raíz cuadrada de menos uno. Encuentro esto cada vez más difícil de creer, y aun así (como sigo insistiendo), las pruebas experimentales lo apoyan.



Pero el cálculo me hizo encontrar problemas incluso peores. La forma de una simple función de cálculo tiene este aspecto, con la notación habitual:



dx / dt




Esto expresa el índice de cambio de una variable (x) -que podrían ser litros de agua saliendo de un tubo averiado, o kilómetros viajados por un avión, etcétera-, como una función del índice de cambio o duración del tiempo (t). El problema es que está abreviado. Fue derivado por Newton y Leibniz, incluyendo un término adicional, conocido como el infinitesimal. El infinitesimal siempre se omite (después de que el teorema es entendido), porque "es tan pequeño que podemos ignorarlo".



Si no lo ignoramos, si somos lo bastante impertinentes como para preguntar sobre él, nos encontramos en un buen lío metafísico. Lo infinitesimal es inferior a cualquier número que puedas escribir. Por tanto, sabes que 1/100 es más pequeño que 1/10, y que 1/1000 es aún más pequeño, etcétera. Ahora bien, si sigues añadiendo ceros al denominador (la parte de abajo de la fracción), obtienes un número cada vez más pequeño,... pero nunca menor que el infinitesimal. Es inferior a 1/1.000.000.000.000.000.000.000.000, y si llenara un libro con un denominador hecho de ceros seguiría siendo más pequeño...



Ahora bien, obviamente uno no puede encontrar tal espectro en el espacio-tiempo sensorial, más de lo que puede encontrar la raíz cuadrada de menos uno, al Cuco, o al Espíritu Santo. ¿Dónde pueden encontrarse al infinitesimal o a los números imaginarios? Es en el reino de las leyes puras de la física, donde -aunque se trate de cosas invisibles, sin color, sin peso, sin masa, temperatura, e impalpables- "controlan" o "determinan" o al menos es aquello que "subyace" al continuo del espacio-tiempo sensorial (es decir, el mundo que olemos, sentimos y saboreamos).

Así, la "realidad" científica no es algo que podamos ver o experimentar. Es algo que deducimos de sistemas matemáticos que me resultan, personalmente, tan espeluznantes como cualquier cosa de la metafísica de Platón o la Cábala. Y aun así la mayor parte de los científicos que usan esta matemagia diariamente, ciegos a estas implicaciones, apoyan una filosofía de "materialismo" que parece querer decir que, después de todo, el mundo sensorial es real.



Cuando me di cuenta de esto, me pareció obvio que la mayoría de los científicos, como otros muchos en sus túneles de realidad, podían ignorar cualquier cosa en la que no quisieran pensar, incluso si la tuvieran delante o si les estuviera mordiendo el culo. Los científicos que no ignoran estos asuntos son tratados normalmente como personajes sospechosos; si publican sus ideas, la respuesta habitual de sus colegas es algo como, "escribiste un libro interesante de filosofía, ¿pero cuando vas a volver a hacer algo de ciencia otra vez?"



[...]

En este punto, uno podría decidir inocentemente que la ciencia es sencillamente un juego intelectual como la teología Tomista cristiana en la que algo que parece pan y sabe a pan realmente tiene una "esencia" que es la carne y la sangre de un tipo muerto. Pero la verdad es todavía más rara que eso: las ecuaciones de Einstein, por ejemplo, se han comprobado con relojes atómicos montados en naves orbitando la Tierra, y el espacio y el tiempo son de hecho tan relativos como Albert pensaba. Por raro que parezca, la abstracta y espeluznante Realidad Virtual de la ciencia matemática nos permite hacer predicciones acertadas sobre el mundo sensorial de nuestra "realidad" ordinaria.



Para aclararlo. Las cosas espeluznantes de la física y la matemática, incluyendo lo infinitesimal y la raíz de menos uno, tienen una cercanía sorprendente con las cosas invisibles y espeluznantes de la teología tradicional, tal como la "gracia invisible" oculta tras el "símbolo visible" del sacramento. La diferencia entre los espectros (o modelos) de la ciencia y los de la teología tradicional, se basa tan sólo en el hecho de que puedes de hecho usar los modelos científicos para predecir resultados precisos en el continuo sensorial en el espacio-tiempo, y que esas predicciones deben funcionar (dentro de unos límites razonables) o el modelo es arrojado fuera de la ciencia.



Por un lado, intentar entender a través del sentido común cómo inventaron los humanos las matemáticas durante un periodo de miles y miles de años y en qué sentido esta invención humana, este trabajo de arte simbólico en grupo, puede ser más real que el tocino, los huevos y el café que puedes desayunar en un restaurante,... por otro lado, si las matemáticas son "menos reales" que el olor del café, ¿por qué tienen las matemáticas una capacidad de acertar tan tremenda y una predictibilidad demostrada a través de milenios? Ciertamente, la percepción humana puede verse, en cualquier análisis cercano, como algo bastante más falible que un teorema matemático válido.



Lo veas como lo veas, hayamos derivado las matemáticas de la lógica o de reglas de juegos, o de la "intuición" o del concepto de conjunto, a lo que llevan las discusiones sobre el origen de las matemáticas es a una conclusión en particular: los humanos de alguna forma inventaron las matemáticas, tan misteriosamente como de alguna forma inventaron el lenguaje. No entendemos cómo lo hicimos, pero nos permite entender mejor nuestras alucinaciones.



En pocas palabras -como dijo una vez Einstein-, lo más incomprensible sobre el universo es que sea comprensible.







El problema de la "Realidad"



Otro Vistazo a una Vieja Adivinanza




Un día cuando estaba todavía en la Brooklyn Tech estaba hojeando la biblioteca pública y encontré un libro con el título "Ciencia y Cordura" escrito por alguien llamado Alfred Korzybski. Vi algunas páginas, y parecía que Korzybski había abordado las preguntas sobre cómo la "realidad" científica se relaciona (si lo hace) a la "realidad" sensorial ordinaria. Alquilé el libro y me lo llevé a casa.



Más tarde conocí a mucha gente interesada en las ideas de Korzybski y ninguno de ellos pareció creerme nunca cuando dije que había leído "Ciencia y Cordura" en un fin de semana, la primera vez. Bueno, lo hice,... y me deslumbró. Y entonces lo devolví a la biblioteca y compré una copia, porque sabía que tendría que releerlo varias veces antes de entenderlo por completo.



Incluso en la primera lectura, pude ver que Korzybski tenía la respuesta de al menos una pregunta que me había dejado perplejo durante años; "¿qué es la "realidad"?. Según Korzybski, la única forma correcta de responder a esta cuestión comienza con reconocer lo que "realidad" es: una palabra.



Esto parece bien demasiado obvio o bien no obvio en absoluto para la mayor parte de la gente, al menos a primera vista. En cualquier caso, "realidad", como "sexo" y "comunismo" y "desayuno" y "rábano de caballo" y "Jueves", etcétera, existe como palabra en nuestro lenguaje. Todas las palabras tienen múltiples significados (plural) y por tanto la palabra "realidad" tiene muchos significados.



Para explicar esta analogía: la palabra "sexo" significa cualquiera o todo de lo siguiente: el método normal de reproducción entre los animales más complejos que las amebas, una violación violenta en un callejón, Jack haciendo el amor tiernamente a Jill, Jack haciéndole el amor a Joe, Jack masturbándose, Jill haciendo el amor a Jane, cunnilingus hombre-mujer, cunnilingus mujer-mujer, fellatio hombre-mujer, fellatio hombre-hombre, dos perros follando en la calle, Jack teniendo una fantasía sobre hacerle el amor a Marilyn Monroe, una película porno hardcore, una película porno softcore, una pintura de un desnudo de Renoir, Jill simplemente abrazando a Jack cuando se siente deprimido, Jill en un parto natural, Jill cuidando a su bebé, el poster central de la Playboy, un necrófilo en una morgue, el Marqués de Sade fustigando a una prostituta y pagándole para que le fustigue, etcétera.



Ocurren millones de eventos en el espacio tiempo, cada uno distinto y en algunos aspectos único, y a muchos de los cuales aplicamos la etiqueta "sexo", que nos ayuda a clasificar las cosas pero también nos adormece haciendo que olvidemos sus diferencias.



Así que, no parece acertado decir que el mundo de nuestras percepciones -el mundo sensorial- "es real", lo que implica que todo lo demás "es irreal". Más específicamente, podríamos decir que encontramos conveniente etiquetar ese mundo como "real" la mayor parte del tiempo, y que a veces tenemos que revisar la etiqueta y sustituirla por "ilusión óptica", o "alucinación", o "maya", o lo que sea.



Y no parece acertado, tampoco, decir que el mundo de nuestros conceptos más abstractos -el mundo científico-matemático- "es real", lo que implica que el resto de las cosas, incluyendo el mundo de los sentidos de la percepción ordinaria (o del Arte, o de la marihuana) "son todos irreales". Más específicamente, deberíamos decir que encontramos conveniente utilizar modelos matemáticos específicos para resolver problemas específicos, y que a veces tenemos que tirar un modelo y crear uno completamente nuevo.



El mundo no es el colorido modelo creado por nuestros sentidos o los modelos matemáticos abstractos y sin color creados por nuestro córtex frontal. Estos representan meramente varias formas de fabricar mapas del mundo. El conflicto entre Arte y Ciencia resulta ser un conflicto entre distintos mapas, y ningún mapa lo enseña "todo". Un mapa político no es impreciso porque muestre un túnel de realidad distinto a un mapa del tiempo. Un mapa geológico no está mal porque muestre un tercer túnel de realidad.



...

El mapa no es el territorio. Usando esta especie de proverbio -que repite muchas veces- Korzybski intenta transmitir muchas cosas:



Nuestras palabras no son las impresiones sensoriales que denotan (la palabra "agua" no te mojará)

Nuestras impresiones sensoriales no son los eventos en el espacio tiempo que dan lugar a estas impresiones (cuando una roca te golpea, el dolor no está "en" la roca sino en la interacción de la roca con tus sentidos)



Nuestros modelos científicos o filosóficos (orquestaciones de palabras y otros símbolos) no son el universo no-verbal que pretenden describir o explicar.



El menú no sabe como la comida ni tiene los mismos nutrientes o aditivos que la comida, etcétera.

Resumiendo, nuestro archivador mental nos puede ser útil (o no) a la hora de clasificar y comprender el mundo, pero incluso en el mejor de los casos no debemos confundirlo con el mundo.

El mapa no muestra todo el territorio. Un mapa de Los Ángeles que mostrase "todo" Los Ángeles tendría que ocupar el mismo espacio que Los Ángeles y por tanto no serviría en absoluto como un mapa. Además, para mostrarlo "todo" sobre Los Ángeles, el mapa tendría que incluir el tiempo y evolucionar como L. A. durante un periodo de eones, siendo desde un desierto inhabitado, al emplazamiento temporal de los nativos en Norteamérica, a una pequeña misión española, etcétera, hasta el presente y hacia el futuro indefinidamente.



Notemos que las formas más "bajas" de intolerancia -por ejemplo, afirmaciones sobre "todos los judíos", "todos los negros", "todos los hombres", "todas las mujeres", etcétera, asumen implícitamente que un "mapa" (modelo) muestra todo el territorio. Pero veamos también que incluso las formas más sofisticadas y educadas de intolerancia, por ejemplo, científicos convencidos de que tienen la única teoría correcta y que el resto con teorías rivales son "incompetentes", descansa sobre una percepción ilusoria similar relacionada con poseer un mapa que puede mostrar todo el territorio.



Una vez que tenemos un mapa, podemos hacer un mapa del mapa, un mapa del mapa del mapa, etcétera

En su nivel más simple, esto significa que una vez que los humanos tienen impresiones sensoriales pueden (al contrario que otros animales conocidos) fabricar "mapas" y modelos para clasificar y organizar estas impresiones.



Una vez que he aprendido la palabra "silla", puedo clasificar todo lo que hay en casa en "sillas" y "no sillas".



Más adelante, puedo hacer un mapa de este mapa de un mapa, y clasificar las sillas en la categoría superior de "muebles", y así en adelante, hasta que llego a conceptos como "el Producto Nacional Bruto" y me encuentro desarrollando un modelo económico del mundo, o hasta que llego a conceptos como "energía" y "masa" y empiezo a desarrollar un modelo físico-matemático, o hasta que llego a 92 "elementos" y empiezo a desarrollar un modelo químico, etcétera.

Parece no haber razón para creer que este proceso de realizar mapas de mapas de mapas ("abstrayendo a niveles cada vez más altos") tenga algún fin. Ya tenemos ciencias como la biología matemática, neurogenética, neurolingüística, psiconeuroinmunología, etcétera.



Una vez que nos acostumbramos a pensar en mapas en conjunción con mapas de mapas, y mapas de mapas de mapas, etcétera, se hace fácil encontrar nuestra salida a las confusiones sobre la "realidad".



Desde esta perspectiva, un científico que ingenuamente afirme que estos mapas de un alto orden abstracto "son" la "realidad" parecen semánticamente tan ignorantes como los artistas que retroceden ante este tipo de mapa porque piensan que si esto "es realidad" entonces toda la vida normal y la percepción, incluyendo la percepción artística, "no es realidad"



Ya que el mapa definitivo de todos los mapas que incluye todos los territorios de la existencia no existe, y ni siquiera podemos imaginar cómo producirlo, lo mejor que podemos decir de cualquier túnel de realidad, ya sea sensorial o matemático abstracto, filosófico o "supersticioso" que haya sido creado por nuestra tribu o por una distinta (y por tanto ‘inferior’, claro), "científico", "político" o "artístico", es que sólo puede consistir en, "Este mapa parece funcionar bastante bien para mis propósitos, hasta el momento, en la mayor parte de los casos" (O en lenguaje más académico, "los datos no justifican aún revisar la teoría")



Toda "realidad" permanece relativa al instrumento utilizado al detectarla o medirla. En la mayor parte de los casos, para la mayor parte de los humanos en su vida normal, el instrumento que determina nuestras "realidades" -o más exactamente, túneles de realidad-, sería nuestro sistema nervioso en general y nuestro cerebro en particular.



Todo esto no deriva directamente de lo que escribió Korzybski en Ciencia y Cordura en 1933, o lo que leí en ese libro cuando lo descubrí alrededor de 1949. Deriva también de muchos otros científicos y filósofos cuyos trabajos Korzybski citó y que entonces leí (especialmente Wittgenstein, Bohr, Bridgman, Whitehead y Poincaré) y de otros que escribieron sobre el lenguaje y la comunicación después de Korzybski (especialmente Shannon, Whorf, McLuhan y Bateson). He encontrado en el modelo de Korzybski meramente la "bolsa" más general y útil en la que podrían mezclarse las perspicacias de otros analistas lingüísticos en un sistema coherente.



Quizá he visto a Korzybski en una luz distinta que muchos otros de sus comentaristas porque le releí varias veces con marihuana. Con hierba, parece bastante fácil entender que la percepción supuestamente "sin refinar" contiene tanta inferencia y organización-o-orquestación como nuestros formalismos más obviamente generados por la mente en la matemática, o los dogmas religiosos.

Si he conseguido aclarar a Korzybski, el lector debería entender ahora que la rojedad de las rosas pertenece al reino de nuestra percepción sensorial, mientras que el no-color de los átomos pertenece al reino de nuestro software cerebral más abstracto. También debería ver por qué los científicos sociales se han rendido en gran medida ante la palabra "realidad" por completo y hablan de rejillas o modelos o (el término que a Tim Leary y a mí nos parece más claro), túneles de realidad.



Atribuir "realidad" a cualquier nivel de abstracción, desde lo más sensorial a lo más teórico, condena implícitamente otros niveles a la "no-realidad" incluso si ellos, también, representan la experiencia humana normal.



He encontrado todo esto muy útil a la hora de entender a Einstein; cada instrumento, como cada cerebro, crea un túnel de realidad distinto, y nuestras funciones cerebrales más altas crean modelos matemáticos para traducir los distintos túneles de realidad en abstracciones que sirven a la ciencia incluso si contradicen la experiencia sensorial o existencial.



...

El 19 de Abril de 1942, el químico Albert Hoffman de los Laboratorios Sandoz en Basel, Suiza, mezcló un componente que tenía la esperanza de que fuera una nueva cura mejor para los dolores de cabeza. Sin saber que había ingerido una buena dosis por contacto, Hoffman se montó en su bicicleta y empezó a pedalear a casa para comer. Empezó a notar sensaciones extrañas.

Un universo de 10 dimensiones se rajaba en uno de 6 y uno de 4 dimensiones. Había ornamentos de oro y cortinas de seda e incienso fuerte; dolía como un bastardo. Árboles Maui en technicolor salvaje y arbustos por todas partes mientras que la Madre Superiora alzaba de nuevo su regla de acero -el Tío Mick entendió con la misma certeza matemática que aquellas 60.000 bolsas para cuerpos se llenarían-. Un huevo dentro de un huevo dio nacimiento a un salto cuántico, reptiles con una enorme carga. Aquellos Reyes-Sol caminando a través del Puente Brooklyn, escondiéndose tras un arbusto haciendo cluck-cluck-cluck -el sistema inercial cambia-, podía ver cada cabeza-negra, cada verruga, cada abalorio de sudor. Obras de arte consideradas "paganas" se inclinaron ante el Reverendo Yoshikami y bajaron las escaleras a Nueva York, 1959... "Lleva gafas gruesas y una especie de traje de buzo"... nos enseñan a entender mejor nuestras alucinaciones.



El Doctor Hoffman bajó de su bicicleta, con una salvaje conjetura amaneciendo en él.



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Entonces, ¿quiere el rojo de siempre o prefiere... ¡¡el color fooly cooly!??!?



Hay un mundo en tus ojos que yo mismo creé




¿Podrías contarnos algo sobre el reconocimiento de patrones?




Bien, tenemos más células conectadas en el cerebro con el reconocimiento de patrones que con la secuenciación lógica, lo cual pienso que es un hecho bastante importante. Quizá por eso encuentro la cultura y los ideogramas chinos tan agradables, porque tratan con patrones, y no con estructuras lógicas. (…)



Los niños que aprendieron sobre arte a una edad temprana, tienden a vivir más tiempo y a entender la ciencia mejor que aquellos a los que fue dada una forma de educación basada en el pensamiento lineal — el chute Gutemberg, como lo llamaba McLuhan, o el programa mental Aristotélico, según Korzybski.




Robert Anton Wilson, en una entrevista.



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Si un árbol cae en medio del bosque, ¿en qué mano está el pequeño saltamontes?